martes, 15 de junio de 2010

Esos ojos...



- ¡¿Otra vez dormido en vez de estudiar?! Así no vas aprobar los exámenes chaval. - Ahí estaba otra vez, esa voz.
Habían pasado ya unos días desde que ese personaje apareció en escena. Necesitaba distraerme, las palabras que me dijo retumbaban constantemente en mi mente, como el cantar de las olas en la playa. Decidí salir con mis amigos para tomar unas cervezas, echar unas risas, pasar un buen rato en compañía de la gente que siempre está ahí. Tras haber enterrado el recuerdo de aquel aterrador encuentro después de una agradable tarde, me propuse centrarme en mis exámenes.

Me encerré en mi casa, día y noche para devorar los apuntes, pero a la verdad es que las letras escritas y los esquemas para mi estaban vacías de significado. Hay que ver la facilidad que tiene mi cabeza para estar absorta en varios temas, menos en el académico. Por mi mente aparecía la imagen de ella. Su sonrisa de perlas, la gracia de sus gestos, las mareantes líneas de su cuerpo y sobre todo sus ojos. Esos inmensos ojos color caoba. Son capaces de hacer que te olvides de todo lo que te rodea ya que ellos se convierten en tu único mundo. Esos ojos caoba…pero algo había pasado. La oscuridad la envolvió. Su sonrisa inocente había cambiado, se había vuelto burlesca, incluso amenazante. Una risa inhumana se abrió paso por su boca, haciéndose escuchar con un eco que te hacía creer que había un coro de demonios mofándose de ti. Cuando me miró mi alma intentó escapar de mi cuerpo, sus ojos, eran amarillos sobre un fondo todavía más negro que el espacio donde se encontraba.

Desperté junto a un grito de desesperación. Un sudor gélido empapaba mi piel. Me levanté y fui a toda la velocidad que mis pies me permitían hacia el servicio. Metí la cabeza bajo un chorro de agua fría e intente calmarme, solo había sido una pesadilla. Me clausuré en mi habitación, enchufé la radio y me puse a ojear el Messenger, quería olvidar ese mal sueño. Cuando lo abrí, ella me saludo de forma cariñosa, como siempre hacia. Todo ese sobresalto que estaba en mis entrañas desapareció y una sonrisa sincera nació de mis labios.

- Que mona es. Mírala, con que alegría te saluda Pero quizás detrás de su ordenador este riéndose de ti, pensando en lo inocente que eres.- Estaba detrás de mi, asomando su cabeza hacia la pantalla del pc, haciendo un sobreactuado gesto de curiosidad. Esta vez no me sobresalté al verlo, creo que en el fondo, me esperaba que apareciera.
- Tu qué sabrás sobre lo que ella dejará de hacer. No la conoces. – Por primera vez me atreví a contestarle, y me sorprendió el ver que lo hice como si de un conocido cualquiera se tratase.
- La conozco exactamente lo mismo que tú, o quizás más. Porque yo no me dejo engañar por su apariencia de de niña buena. Es como todas, te encandila con sus palabras, su supuesta inocencia, te hace dos carantoñas y ya tienen en sus manos a ingenuos como tu.- Me respondió de forma tajante, casi hiriente. – Vamos, no me dirás que te tragas que una tía como esa está realmente interesada en ti. No eres tan tonto. Se que no dejas de preguntarte que puede haber visto en ti.-Me dijo apoyando su mano sobre mi hombro. No pude contestar. Me quedé paralizado ante aquellas palabras. ¿Cómo podía saberlo?

- Vamos chaval, a estas altura sabes perfectamente quien soy, no te hagas el sorprendido. Soy yo el que hace que estés alerta. Ya has conocido a varias de esta calaña, te prometen el oro y el moro para tenerte ahí, hasta que se aburren de ti. Estoy cansado de que hagas el panoli. ¿No te acuerdas lo bien que te iba cuando me hacías caso y eras tú el que jugaba a ese juego? Nunca te hicieron daño.- Dijo con cara de añoranza mientras daba vueltas por la habitación.
- Si, pero yo hice daño a muchas, y ninguna se lo mereció, por eso dejé de escucharte.- Dije intentando aparentar una seguridad en mi mismo que no aparecía. Él se carcajeó al escucharme. Cada vez que escuchaba su risa un escalofrío recorría cada célula de mi cuerpo.
-¿Y? ¿Alguna se murió o se hundió en la miseria? Dos días de lagrimas y a buscar a un nuevo idiota, y no me mal interpretes, la lagrimas son de rabia, porque tu les hiciste lo que ellas te querían hacer a ti.- Afirmó mientras me daba palmaditas en la espalda. La última me hizo daño. Cogió la silla vacía de mi cuarto, y se sentó del revés. – Esto es lo que vamos a hacer. Vas a seguirle el juego a esta, porque está demasiado buena como para dejar que se vaya sin darle un repaso. Pero hoy necesitas mojar. Así que habla con la pelirroja esta que esta siempre detrás tuya, la pecosita esa que tiene un buen culo. Te la llevas de copas, le invitas a una o dos, pero no más, que no está la cosa como para ir derrochando pasta. Y cuando la cosa este en su punto, te la traes aquí. O bueno, si no aguantas el calentón quizás en su coche podáis jugar un poco… - Me propuso ese demonio. Y esta vez, no me parecieron estupideces lo que me dijo. ¿Y sí tenía razón?, desde que cambié mi actitud siempre fui yo el que termino escaldado. ¿Quería realmente terminar así otra vez?

Me giré para decirle algo, pero en la silla ya no estaba, había desaparecido de nuevo. En su lugar estaba mi móvil, con el número de la pelirroja en pantalla. Lo cogí y mil pensamientos pasaron por mi cabeza a tal velocidad que no conseguí distinguir ninguno.
- ¿No estarás realmente pensando en hacerlo verdad?- Me susurraron lentamente al oído. No era la voz de aquel sujeto. Esta vez era una voz cálida y femenina. Me volví y me quedé de piedra. Una mujer desconocida estaba mirándome fijamente, sus ojos eran de un verdeta intenso que se produjo una explosión en mi consciencia.- Sabes que no quieres hacerlo. ¿Por qué le haces caso a ese impresentable?, el tan solo te da la solución más cobarde pero ambos sabemos que no es eso lo que realmente quieres hacer. Con quien quieres pasar tiempo no es con la pelirroja, es con ella. Quieres volver a ver esos ojos caoba. – Dijo la mujer concluyendo con una sonrisa. Seguía sin poder decir nada. Sin apartar mi mirada de ella, dejé el teléfono sobre la mesa y mi cuerpo se desplomó sobre el respaldo de mi silla.- Todos queremos que no sufras, pero yo no creo que pienses que la solución para eso sea hacer daño a otros. ¿Por qué va a ser mentira todo lo que ella te dice? ¿A caso tú le mientes cuando le dices que quieres verla, que la echas de menos?
- No.- Respondí al instante.
- Entonces ¿Por qué ella no lo puede decir con sinceridad?- Preguntó sin esperar respuesta, ya que los dos sabíamos que esas palabras tenían la respuesta escondida.

Mas confundido de lo que jamás me había encontrado. Me abalance hacia donde ella se encontraba, pero ya no estaba. Me sentí abatido al ver que estaba solo en mi cuarto. Quería pedirle consejo sobre cómo podía evitar que aquel tipo volviera a aparecer, que dejara de inspirarme dudas. Me tiré sobre la cama intentado ocupar toda su superficie. Con la mirada fija en el techo, sus ojos caoba se vislumbraron de nuevo. Me quedé dormido sonriendo, era lo único que quería ver.

- ¿Por qué te metes en mis asuntos? Esto no es cosa tuya. Vas a conseguir que el chaval sufra como nunca. ¿No ves que se está encoñando de ella? –Recriminó el hombre de ojos amarillos. Tumbado en un sofá rojo, pegó un bocado a una manzana, con rabia. – No es bueno que sea tan confiado, y tú lo sabes. Cuando esté hecho una mierda tendré que ser yo el que intente que deje de lloriquear, como siempre.- Balbuceó con la boca llena.
- ¿Tu solución entonces cuál es? No creo que hacer que desconfíe de todo lo que le rodea sea mejor que intentar que confíe en poder conseguir algo que desea.- Recriminó la mujer. Sonriendo miró por la ventana de la habitación donde se encontraban. Estaba vacía, solo el sofá y esa ventana, nada más. - Veamos qué es lo que pasa.

jueves, 10 de junio de 2010

Pesadilla (1)


-¡Xsss! Despierta. ¿Me oyes? Ya es hora de que tengamos una charla. ¡Espabila chaval!- Me dijo alguien mientras golpeaba mi rostro con violencia. Forcejeé intentando quitarme a mi agresor de encima, cuando lo conseguí, escudriñé la habitación, pero no había nadie. Me encontraba yo solo, en el salón de mi casa, a oscuras, al parecer me había quedado profundamente dormido mientras estudiaba. Me froté los ojos intentado escapar por completo del sopor que me poseía. Caminando zarandeándome por la casa busqué a mi compañero de piso, pero no había nadie más en la casa. ¿Estaría soñando cuando escuché esa voz? Convencido, me dirigí al sofá de nuevo, donde me deje caer como si mi cuerpo fuese una carga imposible de aguantar.

Cerré los ojos escuchando el tenue sonido de la música que salía de mi portátil. Cuando me había acostumbrado al volumen de la música escuché de nuevo esa voz. - ¿Ya te has despertado? Creía que tendría que tirarte un cubo lleno de agua o algo así para que me hicieras caso. Mira que te cuesta dormir, pero cuando lo haces no hay manera de que despiertes.- Un escalofrío me hizo incorporarme de un salto. Con los ojos abiertos como platos, busqué desesperadamente a la persona que se había colado en mi casa.

Después de escrutar cada palmo de la habitación un suspiro de tranquilidad salió de mi boca. A la vez mis parpados se entornaron para pestañear, y cuando volvieron a abrirse un hombre estaba sentado a mi lado. -¡¿Quién eres tú? ¡¿Cómo has entrado?!- Grité mientras me alejé tirándome al suelo huyendo sin apartar la mirada de aquel individuo.

- ¿No me reconoces? Es cierto que nunca nos hemos visto, pero que no recuerdes mi voz…, después de todas las conversaciones que hemos mantenido tu y yo. Eso me duele chaval.- Dijo el desconocido mientras se rascaba la cabeza y su rostro hizo una mueca de dolor fingido. Su tez era pálida, casi sepulcral. Aunque sabía que nunca había visto a esa persona tenía algo que me resultaba muy familiar. Mientras buscaba por mis recuerdos de qué podía conocer a ese hombre, clavó su mirada en la mía y el horror se apoderó de mí. Negro. El fondo de sus ojos, su esclerótica era negra. Su iris era de un color amarillo fuego, sencillamente, era una mirada diabólica. Pero tras el susto inicial, cada segundo que pasó con su mirada incrustada en la mía el terror dejaba paso a la curiosidad.

- Cada vez que la melancolía se apoderaba de ti yo era el que te liberaba, cada vez que llorabas como un infante yo era el que te consolaba, el que te daba el par de cojones para tirar hacia delante, ese, era yo.- Dijo ese ser, tras levantarse del sofá y acercarse con pasos firmes hacia donde yo estaba. Yo huía arrastrando mis piernas por el suelo hasta que mi espalda tocó la fría pared, entonces él se agachó y colocó su rostro a escasos centímetros del mío. Su mirada atraía a mis ojos. - ¿De verdad que no sabes quién soy?- Apartó su mano de la rodilla donde se apoyaba y lentamente la fue acercando hacia mí. Presa de la confusión y el pánico aparte mi cara y cerré los ojos para no ver esa tísica mano acercarse. Abrí la boca para sofocar la angustia con un grito que se quedó a medio salir.

No estaba ahí. Abrí los ojos y solo estaba yo, como si acabara de despertar de una horrible pesadilla. Me encontraba en el salón de mi casa, arrinconado a la pared, envuelto en la penumbra de la noche. Estiré las piernas y apoyé mi cabeza sobre la pared mientras intentaba recuperar el ritmo de mi respiración. ¿Me estaba volviendo loco?

- Sabes quién soy, pero no quieres creerlo. Pero tranquilo chaval, que esta vez me escucharas de verdad. – Era su voz, pero esta vez no había nadie conmigo en la habitación. No podía ser, la voz provenía de mi mente, fue como un eco resonando en mi cabeza.

- Me harás caso quieras o no.